En 1907, un químico belga cambió el curso del siglo XX sin saberlo. Leo Baekeland inventó la baquelita, el primer plástico completamente sintético, y lo bautizó con optimismo como “el material del futuro”. Lo fue. Su resistencia, ligereza y versatilidad lo convirtieron en símbolo del progreso, una promesa de modernidad para todos. Desde la medicina hasta la industria automotriz, el plástico hizo posible lo que antes era impensable. Pero lo que se celebró como milagro pronto reveló un costo oculto: su capacidad para durar para siempre.
Más de un siglo después, esa durabilidad nos enfrenta a una crisis global. Cada fragmento de plástico creado sigue aquí. El mundo ha producido más de 8,300 millones de toneladas de plástico desde los 50s. Solo el 9% se ha reciclado efectivamente.
Eso quiere decir que cerca de 7,500 millones de toneladas, siguen contaminando nuestro planeta, esto equivale a llenar más de un millón de estadios Azteca, o cubrir todo el territorio de España con una capa de plástico de casi un metro de alto.
Si seguimos en este camino, para 2050 podría haber más plástico que peces en los océanos, midiéndolo por peso. Y no se trata solo de bolsas flotando. Micropartículas invisibles ya están presentes en el agua, la sal, y hasta en nuestros cuerpos.
Durante años, las respuestas han sido insuficientes. El reciclaje no logra compensar el ritmo de producción. Las prohibiciones y regulaciones no generan cambio alguno. Se necesita una solución disruptiva.
Y esa solución, parece al alcance. No se trata solo de reducir, ni de esconder los residuos. Se trata de transformarlos. De regresar el plástico a una materia biológica que deje de ser un residuo eterno. La herramienta para lograrlo proviene de la biotecnología.
Un equipo de científicos vinculado a Breaking, una startup incubada por Colossal Biosciences, ha desarrollado una bacteria que puede ser el inicio de la solución. Su nombre es X-32. A diferencia de los métodos tradicionales, que intentan almacenar o reciclar el plástico, X-32 lo descompone por completo. Lo reduce a agua, dióxido de carbono y biomasa. Nada más. Y lo hace en 22 meses, frente a los siglos que tomaría en la naturaleza.
X-32 funciona gracias a enzimas especializadas. Mientras otros organismos atacan solo plásticos específicos, X-32 actúa sobre varios tipos a la vez: polietileno, polipropileno, poliuretano. Estas enzimas han sido optimizadas para operar en entornos controlados, permitiendo que la bacteria se integre en procesos industriales. Su actividad puede replicarse en biorreactores, diseñados para maximizar su rendimiento sin generar residuos tóxicos.
Su temperatura operativa, entre 20 y 45 °C, la hace adaptable a distintas regiones, y su capacidad de degradación puede aplicarse tanto a grandes plantas como a espacios aptos para zonas remotas.
En mi opinión, lo más importante no es solo lo que X-32 puede hacer, sino lo que representa. Marca el inicio de una nueva relación con el plástico. Por primera vez, podemos imaginar una gestión de residuos verdaderamente circular.
Lo que producimos, lo que usamos, ya no tiene que permanecer por siglos. Puede volver a la tierra, sin daño, sin rastro. Esto es importante porque el plástico tiene muchos beneficios, y si logramos eliminar este gigantesco costo, podríamos seguir utilizándolo.
Este avance nos obliga a repensar nuestra idea de progreso. La innovación que nos trajo hasta aquí también puede sacarnos adelante. X-32 no es solo una bacteria. Es una prueba de que la ciencia no solo crea: también **corrige y es más efectivo que la regulación, políticas públicas limitadas o procesos complejos.
Estamos frente a una oportunidad única. No solo de resolver un problema, sino de demostrar que la inteligencia humana puede reconciliarse con la naturaleza. El plástico, ese milagro que se volvió crisis, hoy puede corregirse. Y con él, nuestra manera de entender el desarrollo.
Hasta la próxima, Manuel.