Esta semana fue el cumpleaños de mi compadre Gustavo y como sé que a él le gustan los buenos tragos acompañados de suculentas viandas lo invité a conocer una cantina fifí, así llegamos a El Tigre Silencioso, en la colonia Roma.
No sé el porqué del nombre, pero en principio me gustó, quizá sea por alguna inspiración literaria o por una referencia cultural en la que el Chef David Castro Hussong quiso expresar la ferocidad de ese animal que, para atrapar a su presa, lo hace en silencio.
Quizá podría ser una similitud intencional que refleje la complejidad de algunos platillos y al mismo tiempo la armonía que pueda ofrecer una experiencia gastronómica. Bueno, como sea, si tengo la oportunidad algún día se lo preguntaré.
Tigre norteño
Cuando llegué mi compadre ya estaba bebiendo un Martini, un coctel que él y el sponsor toman al más puro estilo de James Bond, “Stirred, not shaken” o sea sin agitar.
Para acompañarlo yo pedí un vermut, bebida que ha ido ganando terreno en el gusto de los mexicanos.
Es de llamar la atención la extensa carta de bebidas que supera por mucho a las dos páginas en la que se despliega la oferta gastronómica. Dentro hay una selección de vinos mexicanos, españoles e italianos, algunos orgánicos, sake, vermut, fernet, sidra artesanal, mezcal y cocteles.
Al ser de origen norteño el chef Castro, propietario también de Fauna en Valle de Guadalupe, ofrece una variedad de platillos com combinaciones inusitadas como una empanada rellena de chicharrón prensado y pescado ahumado; o un pulpo guisado con trocitos de menudo.
Pero nosotros nos fuimos por la tlayuda de huitlacoche, ¡oh decepción!, era una tortilla de harina estilo “Tía Rosa” tostada y servida con un puré de champiñones, huitlacoche salteado y coronados con rayadura de limón amarillo y cebollín de sabor dulzón en el que predominaba la corteza del limón.
Querido Chef, o le cambia la tortilla a su tlayuda por una de maíz criollo o le cambia el nombre al platillo, por respeto a uno icónico de origen oaxaqueño, como sugerencia del Glotón Fisgón la llamaría tostada norteña.
Varios de los platos responden a la vocación cantinera del tigre y están pensados para ser compartidos así que elegimos la milanesa de calamar, unos filetes de ese marisco rebozadas en panco, crujientes y suaves en cada bocado, acompañadas con una salsa tártara con semillas de mostaza, salsa macha, aguacate con sal y limón amarillo tatemado.
Luego nos fuimos con la lobina rayada, con alcaparrones (como alcaparras, pero a lo bestia) limón, aceite de oliva con chiles que estaba de no me olvides, el pescado dorado hasta la cola, pero con la carne suave y jugosa, una verdadera maravilla.
Lo silencioso
En el tigre se respira un ambiente desenfadado e informal dentro de una casona ubicada en un espacio cultural en Casa Basalta, en donde hay otros restaurantes y hasta una galería; en el patio frontal los legendarios árboles que ahí han crecido cobijan las pequeñas mesas en donde se presta el servicio.
Hay otros, como una terraza y un salón de pisos de madera y paredes estucadas con una gran barra y la cocina abierta, que dan servicio conforme el personal vaya llegando a cubrir sus turnos. Bueno eso me dijeron cuando pregunté si no había lugar adentro.
La música de los años sesenta con interpretaciones modernas contribuyeron a generar un buen ambiente entre amigos.
Este comedero ha ganado fama en los últimos tiempos como un hotspot de la Roma al estar mencionado por la guía Michelin; sin embargo, muchos de los comentarios que leí en cuanto al servicio no eran favorables en especial el mal carácter de la hostess, debo aclarar que a nosotros nos fue muy bien, el trato amable y atento por parte de los meseros me anima a regresar.