Deportes

Luka es Modric

El astro rompe el duopolio del Balón de Oro y lleva a Croacia a la final del Mundial de Rusia.

Luka nació en el mismo año en el que Mijaíl Gorbachov asumió el cargo de Secretario General del Partido Comunista Soviético. Todavía estaba en uso el lenguaje de la Guerra Fría. Existían el Este y el Oeste; las ideologías, y todavía en Alemania Oriental se hablaba de la imaginación al poder y el sistema socialista de Estado que duraría decenas de años. Existían, también, Checoslovaquia, la URSS y Yugoslavia, la tierra de los eslavos del Sur. Todo se vino abajo antes de que Modric cumpliera cinco años. El vendaval de la historia tiró los muros, las cortinas y las falsas identidades balcánicas.

La Glásnost y la Perestroika fueron los anuncios del derrumbe. Las repúblicas de la URSS ganaron independencia; Checoslovaquia se dividió y Yugoslavia, en la temprana infancia de Luka, se convirtió en una carnicería. Los nacidos en ese territorio dirían años después: "nací en un país que ya no existe". Modric vio la luz en Zadar, territorio croata. Era 1985. Tito, el encargado de unificar a la ex República de repúblicas, había diseñado un plan para la integración de la población de diversas religiones y razas. Mandó a croatas a Serbia; a serbios a Montenegro; a bosnios a Croacia. Cuando la Guerra de los Balcanes comenzó las purgas se convirtieron en sucursales terrenales del infierno. Ningún niño olvidaría aquellos años terribles.

De las cenizas del Apocalipsis suelen florecer desplantes de belleza. Luca tenía siete años cuando en Wembley el FC Barcelona se coronó por primera vez en la Copa de Europa. El tanto decisivo lo anotó Ronnie Koeman en la prórroga (minuto 111). A ese cuadro de antología lo dirigía Johan Cruyff, la máxima inteligencia de la historia del futbol. Al correr de los años, a Modric le llamarían justamente el Cruyff de los Balcanes, por sus desplantes estéticos, por su manera de encontrarse en la cancha y por su enorme capacidad para saber la posición exacta de sus compañeros de equipo.

El abuelo de Luca, gran aficionado al balompié, se hubiera sentido orgulloso con la comparación. Como todo el mundo, se había entusiasmado con aquella Selección de Holanda que perdió la final ante Alemania y a la que llamaban la Naranja Mecánica. Cruyff era el comandante supremo de aquel inolvidable once. Pero el abuelo de Luca fue ejecutado por el ejército serbio cuando el niño tenía seis años. Modric tendría, en el 2018, otro vaso comunicante con Johan.

Después de conducir uno de los relatos más maravillosos de la historia de los Mundiales, al mando de una selección croata que fue ganando el corazón del mundo, Modric, el Cruyff de los Balcanes, perdería la final ante una muy sólida escuadra francesa. Modric, con sus colegas de cuadra, fue recibido como héroe en Zagreb, la misma capital que había sentido en carne propia la masacre y la barbarie. El astro, de un corazón gigante, subió al estrado con un niño con problemas motrices. Poco tiempo después, le dejaron escuchar el mensaje del afortunado aficionado. Modric, conmovido, contuvo las lágrimas. El ganador del Balón de Oro recuperó aquellos días en los que el futbol le hizo ser el soñador de su propia ilusión. Ya no olía a pólvora en Zadar…

También lee: