No ha sido un partido de futbol este de Natal. Ha sido un instructivo de ciencia política en el que ha perdido el estilo llano y sin adornos de Maquiavelo. Lo que ha sucedido, realmente, ha sido un tiro de esquina. La enemistad de dos estilos reservados, cocidos en el barrio, se decidió por la más azarosa de las jugadas posibles dentro del sistema de juego. Italia no ha escapado de la muerte por segundo torneo consecutivo en primera ronda. Uruguay se ha eludido entre los dedos del destino. El fantasma de Maracaná pervive entre rocas; persistencia de un siglo que no termina por morir del todo.
La selección italiana ventiló su carencia de nombres y de hombres. Balotelli, ajeno a las circunstancias fue un tercer equipo durante todo el primer tiempo. Los azzurri no encontraron los medios para hacerlo volver al plantel. Perdido fue haciendo perder a su equipo, al que el clima derrotaba poco a poco, como peste florentina.
Sin organización, sin espíritu de partido, el cuadro italiano fue una agrupación sin ideología y sin resentimientos comunes. Queda claro que esta nación necesita ser lastimada por un factor externo para encontrar su unidad: hace ocho años, en Alemania, fueron las sospechas de arreglos de encuentros de primera división y la sanción a la Juve; en 1982, la persecución legal contra Paolo Rossi, por apuestas. En ambas ocasiones salió campeona. Ahora, sin enemigo en la espalda, perdió rumbo y beso el suelo otra vez.
Aun así, Italia produce sentimientos: fue la última actuación del artista Pirlo. Y, quizá, la de Buffon. Dos expresiones sublimes de este deporte. Últimos ecos de aquel cuadro del 2006 que de la defensa hizo una belleza inolvidable.
Uruguay no claudica. También resonancia de hace cuatro años, llegando al fondo de retiro, la celeste juega con más ímpetu que clase. La inercia de Suárez, siempre distinto, siempre pulmón, le da vigor a un recuerdo. Con lo menos, los uruguayos se montan en una segunda ronda al borde del marcador. Incluso así, el "paisito" es una aguja en el riñón: incómodo, fuerte y firme. Se ve lejos Maracaná, pero si algo ha enseñado la historia de este deporte es que nada es imposible.
Costa Rica ha sido la causante de este caos. Los ticos, empatados con Inglaterra, desataron la crisis al vencer a sudamericanos e italianos. La nueva polis del Mundial abre posibilidades impensadas por los organizadores: es un acontecimiento de las minorías. Si algo tiene este certamen es frescura: la vieja Europa se va haciendo menos. La altanería de la Concacaf ha dado vuelta al maquillaje de las cosas.
Diría Benedetti: "El arriba nervioso y el abajo que se mueve".