After Office

Quinoterapia

Conoce más sobre la vida de el humorista gráfico argentino Joaquín Salvador Lavad Tejón, mejor conocido como "Quino", quien tuvo que recurrir a sesiones con un psicoanalista.

"A los premios, como dijo no me acuerdo quién, uno llega cansado ya. Sería mejor que nos los dieran cuando uno es joven", comenta Quino con su humor característico cuando se le pregunta por el Premio Príncipe de Asturias, el cual le fue otorgado ayer en la modalidad de Comunicación y Humanidades, convirtiéndose en el primer dibujante en recibirlo. No es que lo desprecie ni mucho menos, al contrario, dice con humildad. "A uno siempre le halagan los premios… según quien se los dé".

Tiene la voz ajada, la vista mermada y la cabeza a veces dislocada, según su propio testimonio. El tiempo no pasa en vano. A punta de preguntas, en rueda de prensa desde Buenos Aires, el creador de Mafalda se narra a sí mismo, a los 81 años, como un hombre introvertido que detesta el verano y tiene gustos simples. Como ir al cine con su mujer, aunque ya no sea como antes.

"Tengo muchos problemas de vista", confiesa. "La última película que fuimos a ver, la de John Turturro con Woody Allen, a mi mujer y a una amiga les gustó muchísimo. Yo no pude ver nada, ni leer los subtítulos". Aun así piensa seguir asistiendo. Tiene un buen argumento: "en España conocí, e inclusive cené con él, a un joven ciego que era crítico de cine".

A esta altura de la vida, hay muchas cosas que Joaquín Salvador Lavado Tejón aún no entiende. "No entiendo cómo hay gente que gana dinero o pierde dinero; el dinero es una cosa que no existe y que no entiendo muy bien. Estoy seguro de que si alguien me lo explica, tampoco lo voy a entender". Como tampoco se explica por qué son ciertas cosas las que le causan gracia. "Por ejemplo, esos perritos que pasan apurados por la calle, como si el banco estuviera por cerrar". 

Siendo argentino (de Mendoza), por supuesto que se ha psicoanalizado; pero no por costumbre, sino porque "estaba muy loco".

"Tuve un periodo en que me rasuraba por mitad del espejo porque vivía aterrorizado de que el que se reflejara no fuera yo". Tenía 37 o 38 años. Esa locura es la que le transfirió a Felipe, el soñador amigo de Mafalda. "Uno se ve. Un personaje tenía que ser como yo".

Pasó tres años con una psicoanalista, que admite el caricaturista, sí logró erradicarle algo.

"Nosotros siempre nos llevábamos un vaso de agua a la cama, a la mesa (de noche), al cual yo le llamaba 'el volquete' porque siempre lo volcaba cuando lo buscaba… Esa costumbre me la quitó esa mujer, pero nunca supe por qué".

Últimamente, revela, ha sufrido una serie de episodios que le obligaron a internarse dos días en París y otros cuantos más en Buenos Aires. "Me ha quedado que me confundo con las horas, por ejemplo. Cuando estaba internado, recuerdo que miraba el reloj y si eran las 3:20, no sabía qué hora era. En las horas chicas, como dicen los italianos, no tenía consciencia clara de si era de día o de noche".

Los médicos, afortunadamente, han llegado a una conclusión: "Me han dicho que eso es muy normal y que se pasa solo".

Lo que no se le pasa es el interés por el mundo, que heredó de su cuna republicana.

"Cuando tenía cuatro años empezó la Guerra Civil Española y claro, mi casa terminó en una tragedia personal. Se acaba, y empieza la Segunda Guerra Mundial, o sea que yo crecí en medio de discusiones políticas en mi familia y me preocupan mucho todos los temas políticos, y los religiosos también porque mis padres eran muy anticlericales", recuerda."Esa politización me dio el interés por todo lo que pasaba en el mundo".

Si hay algo que le enfada es que se utilice a Mafalda -que este año cumple medio siglo de publicarse- con fines distintos a los de la historieta que la dio a conocer.

"En Venezuela la han usado mucho; en España la usaron los franquistas también", refiere quien -vaya paradoja- publicó su primer cartón en la extinta revista Tía Vicenta, precisamente contra el franquismo. Por eso, cuando en marzo recibió la Legión de Honor en Francia, se negó a hacer una viñeta en la que su personaje predilecto sostenía la distintiva Cruz.

"Sacar a Mafalda de la historieta para utilizarla en otros temas siempre me costó mucho, no digo cuando la utilizan grupos políticos. Esas cosas me ponen completamente loco".

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