After Office

Libertad sobre la piel

El tatuaje en México ha dejado de ser un acto clandestino. Ahora, rayarse algún dibujo sobre la piel ha pasado a formar parte de una moda que no distingue géneros ni edades. 

El tatuaje ha dejado de ser estigma. Ahora es una moda. Una moda cimentada a golpes entre rejas.

Tito llegó a Lecumberri en 1974. Tenía poco más de 20 años. Allí conoció al El Fantomas, un tatuador de Santa Julia que amarraba con hilos unas agujas de chaquira limadas a un lápiz y dibujaba sobre el lienzo humano como si estuviera cosiendo la piel. Aquel día cambió su vida.

"Todo el que entraba ahí tenía que estar abusado, había mucha presión, golpes, agresividad. Lecumberri era una de las prisiones más pesadas del mundo. Me empecé a relacionar con la banda. Todos tenían tatuajes. Como era muy penado hacerlos, la gente tenía que cuidar que no llegaran los celadores, había que desaparecer todo", recuerda. Los que eran sorprendidos pasaban varios días en el apando y recibían una dura golpiza.

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Todos los utensilios eran inventados por los reclusos, las agujas eran resortes de encendedores o agujas de chaquira y para crear la tinta, conocida como canera, se quemaban mangos de rastrillo, de cepillos de dientes y navajas de afeitar. Se colocaba a unos 10 centímetros un vidrio para que el humo negro lo impregnara de hollín. Después, con una navaja se raspaba y el polvo negro se mezclaba con agua, champú y pasta de dientes.

Para practicar, Tito comenzó a tatuarse el pecho y las piernas, y poco a poco los demás internos lo buscaron para imitarlo. Dibujaba rosas, plumas, caritas de mujeres con el nombre de una madre, esposa o novia. Pero, sobre todo, cruces y figuras religiosas.

"Estando ahí, hasta el más duro clama al Señor algo de protección. Porque cuando llegaba la noche y el corneta de órdenes subía a la torre y tocaba, se hacía un silencio total. Nadie podía hablar, pero yo llegué a escuchar cómo todos hacían una oración y se referían al Padre, al Chido, a Dios", dice Tito.

La imagen que más le pedían era la de San Judas Tadeo, el santo de los ladrones. Un par de décadas después comenzó el boom por la Santa Muerte en casi todas las cárceles y reclusorios. "Ahora muchos llevan en una espinilla a un santo y en la otra a la muerte. El bien y el mal, el yin y yang", juguetea Tito.

El Palacio Negro de Lecumberri, actual Archivo General de la Nación, fue cerrado en 1976 y Tito, que cumplía una sentencia de 36 años, fue transferido primero al Reclusorio Norte, luego al Oriente y por último a Santa Martha. En todos los lugares siguió tatuando. Cada vez menos en la clandestinidad. Realizó exposiciones en los lugares que pisaba. Por debajo del agua, se hizo de mejores equipos y encontró buenos lugares para trabajar. El tatuaje, de pronto, ya no era mal visto.

Mientras Tito- ya convertido en maestro y prácticamente intocable- seguía trabajando en Santa Martha en los años noventa, quienes salían de las cárceles comenzaban a difundir por las calles de la ciudad su gusto por este oficio. En zonas como Tepito y Neza, jóvenes como Tony Serrano o Tony Chacal se acercaban curiosos a observar a los que pintaban la piel.

"Veía a pandilleros tatuando clandestinamente. Muchos de ellos habían salido de la cárcel. Se empezó a contagiar el gusto en la ciudad. Cuando empecé a tatuar, hace 25 años, lo hacía en un callejón oscuro, con gente vigilando. El tatuaje comenzó a crecer en un ambiente de lucha. Ni siquiera veíamos el aspecto artístico, nada más queríamos una marca que estigmatizara a quien la portaba", explica Tony Chacal, fundador del estudio Tatuajes México.


El JUEZ MONSIVÁIS

Cuando Chacal -quien lleva en pecho y brazos tatuajes de distintos colegas mexicanos como Dr. Lakra, Indio y Tito- comenzó a tatuar en La Lagunilla, esta práctica llegaba también al rock, en el tianguis de El Chopo. Los punks fueron los primeros en realizarlos. Comenzaron a tatuar a metaleros y darketos.

En Estados Unidos, Nikki Sixx y Tommy Lee, de Mötley Crüe, ya se habían tatuado ambos brazos en su totalidad. En el DF, los músicos y sus fanáticos empezaron a "rayarse" dibujos pequeños. Muchos motivados por los tatuajes que El Piraña realizaba a Saúl Hernández, de Caifanes.

En 1993, el movimiento estaba en pañales, pero crecía. Un grupo de artistas se unió y realizó la primera expo.

"Fuimos a muchos lugares, pero nadie nos quiso rentar un lugar. Terminamos en una casa de dos pisos con miedo a que nos cayera la policía", recuerda Tony. Cuando llegaron había alrededor de 100 personas listas para entrar. Sintieron una gran felicidad porque se dieron cuenta que había muchos otros con gustos similares.

En esa primera expo no había ni sillas. Todos tatuaban en el suelo y únicamente una persona llevaba equipo profesional. Los demás utilizaban máquinas rústicas creadas, como las de la cárcel, con motores de grabadoras y agujas de chaquira o cuerdas de guitarra.

Al año siguiente, ya había más de 500 asistentes. Carlos Monsiváis se convirtió en juez. "No llegó la policía, pero sí varios corruptos inspectores que pidieron su mordida", cuenta Tony. Ahora la expo, que se realiza cada noviembre, está entre las 10 mejores del mundo y es visitada por más de 5 mil personas.

Como el movimiento crecía, pero la práctica no estaba regulada. Los tatuadores tenían que trabajar en casa o en algunos tianguis. Recibían como pago caguamas, discos, ropa y muy poco dinero. Así que ese año decidieron ahorrar y fundar la Asociación Mexicana de Dermógrafos para que legisladores y autoridades de salud los voltearan a ver.

Se publicó una ampliación a la Ley General de Salud, en la se tipificó el tatuaje como profesión y se legalizaron los estudios. Esta ley cuenta con 34 puntos, de los cuales, Tony aplaude 31, pero espera que ahora se puedan realizar algunos cambios.

Ahora ya es una práctica legal y común, pero toda historia de lucha es plasmada en el Museo del Tatuaje, abierto en este año por Tony arriba de su estudio.

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NUEVAS TENDENCIAS

La gente ya no tiene que soportar una golpiza si se tatúa. Ni esconde el brazo en el trabajo –en algunos casos, todavía. Tampoco tiene que ir a una casa clandestina.

"Sí, hay una práctica más legítima en el tatuaje, pero no como en el primer mundo. Por ejemplo, aquí aún no se puede ver a una persona tatuada trabajando en un banco", opina Claudia Zedeña, socióloga con maestría en arte, cultura y sociedad.

En este siglo, sobrepasó la frontera del rock . Lo que era impensable en los ochenta, estrellas pop, como Justin Bieber -quien va a Long Beach a rayarse con el mexicano Chuey Quintanar– se tatúan sin el menor empacho. También deportistas, como el basquetbolista Chris Andersen.
"Ver que todos estos modelos estereotípicos de la fama se tatúan, como Rihanna, claro que influye en el ánimo de muchas personas que ven en esta práctica un modelo aspiracional de belleza y sensualidad", explica Zedeña.

CAMBIO DE PLANES

En los noventa era muy común que la gente se tatuara pequeños demonios de Tasmania. Ahora, además de que la moda va hacia los llamados infinitos, plumas de ave, flores y un estilo más suave y brillante llamado acuarela, realizado por Necro en Estudio 184, en el mundo la tendencia es la iconografía mexicana.

Este arte tiene como uno de sus máximos representantes a Goethe, un mexicano que radica en Estados Unidos, cuyos diseños están enfocados al arte azteca y maya. Su trabajo ha sido plasmado en una línea de encendedores Zippo.

"Festejamos con los tatuajes remembranzas, eventos , la mayoría de las personas que tienen unol que les evoca algo y cuando lo ven se acuerdan, tienen un verdadero significado, historia e ideología. Es un acto liberador, para ser tú mismo", concluye Chacal.

Hace cinco años Tito salió de la cárcel. Hoy tiene su propio negocio y tatúa decenas de clientes que lo buscan en la libertad. Su historia de 40 años tras las rejas representa, como pocas, la transformación social del tatuaje en México. Lecumberri pertenece a un largo pasado de la ciudad. Fue allí en donde comenzó a tomar forma un desplante artístico que dominó las calles. Poco a poco los tatuajes van dejando la ropa puesta y ganan aire.

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