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En la política como en el futbol, sin reglas no hay juego, afirma Woldenberg

El ex presidente del IFE forma parte de una cofradía mínima, casi desaparecida, a la que llaman hinchada necaxista. En entrevista, el hoy académico de la UNAM, dice: “Cuando uno prende la tele, lo que espera es que gane su Selección”.

El futbol ha sido un acompañante más o menos sistemático a lo largo de su vida. Recuerda aquellos años en Monterrey cuando, frente a la casa de sus primos, veía salir al arquero Gama y soñaba con ser como él cuando fuera adulto. Todo mundo sabe que José Woldenberg forma parte de una cofradía mínima, casi desaparecida, a la que llaman hinchada necaxista, cuyos integrantes pueden contarse con los dedos de una mano, dejando libre el pulgar.

La charla sucede en su cubículo de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Ha vuelto a la cátedra, cosa que le va bien, se le nota tranquilo y feliz. Y más cuando la plática tiene que ver con la pelotita, parece un chiquillo juntando estampas para el Panini de la existencia. "Cuando uno prende la tele, lo que espera es que gane su Selección", responde cuando se le pregunta sobre el futuro del equipo de Miguel Herrera en este certamen que ya ha causado bajas importantes como la española y la inglesa.

Cita a Rafael Pérez Gay, otro afamado hincha del pasatiempo más hermoso: "Somos aficionados condenados a la infelicidad, pero mientras la esperanza dure, hay que acercarse a ella".

-La esperanza del jugador número 12…

-La esperanza es lo que hace que el juego sea juego.

-La esperanza es lo que venden los políticos, también.

-Sí, aunque la política no es un juego.

De pronto, el esquema, una conversación 4-3-3. Brasil, la violencia y la economía. Pase a Woldenberg. Recibe, traza: "De repente parecía que Brasil tenía una imagen de una economía emergente, una economía que iba a cambiar las reglas del concierto. Puede ser cierto. La economía de Brasil creció, ni duda. Pero también es cierto que es un país absolutamente desigual, como la mayoría de los países de América Latina. Por desgracia, como decía el programa de la ONU hace diez años: América Latina no es con continente más pobre; es África, pero Latinoamérica es el más desigual. Y esa es realmente nuestra patología. La pobreza se vuelve más agraviante cuando está rodeada de desigualdades".

Explica, en media cancha, que cuando se trata de relacionar economía con éxito futbolero, justamente el futbol es la excepción. Uruguay y Brasil han sido campeones del mundo y no representan a las economías más brillantes. El mundial, dice, es un encuentro cultural.

De pronto, un 4-2-4. Con extremos al fondo. Es estadio. Centro. Remate al arco del astro de la ciencia política: "Ir a los estadios y observar lo que en ellos sucede ayuda mucho a entender el comportamiento de las personas en otras esferas de la vida. Yo he hecho muchas analogías entre el futbol y la política. No me queda la menor duda que en el futbol uno puede detectar con mucha claridad a los aficionados y a los fanáticos.

El aficionado es aquél que estando con un equipo esperando que gane es capaz de ver que se trata de un juego, que a final de cuentas ese juego puede ganarse, empatarse o perderse. Vive quizás con pasión lo que sucede con su equipo, pero tiene la serenidad de dimensionar las cosas, de darle al futbol la característica de recreación lúdica".

El fanático, puntualiza, no tiene ese recurso. Toma el asunto como una pasión desbordada, cree que todo lo que hace su equipo es correcto y todo lo que hace el adversario es incorrecto. Además, nunca acepta las derrotas ni las decisiones arbitrales. El fanático sobreactúa en lo que está viendo.

Otro desborde, ahora por el centro. El reglamento, el respeto a la promesa de pulcritud y al hombre que dicta sus fallos dentro del partido. Pero, en otro terreno, el electoral, los partidos que no siempre respetan las decisiones del árbitro. El juego es un hecho político y democrático. Regate de Woldenberg, ex presidente del IFE:

"Podemos hacer otra analogía. En la política democrática y en el deporte hay reglas, esas que permiten el desarrollo del juego, o bien, el desarrollo de las elecciones. Sin esas reglas, sencillamente el juego sería imposible, sería anárquico. Las reglas son las que le dan sentido al juego o al proceso electoral.

Ahora bien, todos sabemos que las reglas se pueden violar. No hay ninguna regla que no pueda incumplirse. Somos muy dados a culpar a la regla de todo lo que sucede, y luego a sorprendernos cuando se viola. Yo digo: si no fuera violable, no sería regla. Las reglas generan un "deber ser" que, por supuesto, siempre se puede romper. Por ejemplo, desde hace miles de años, está prohibido el asesinato. Pero ahí nadie culpa a la regla, la regla es correcta…".

En el futbol o en los procesos electorales –agrega- se requiere de un árbitro, que es el que interpreta la regla y va marcando cuando se infringe. Por supuesto que el árbitro se puede equivocar, eso lo sabemos, advierte Woldenberg, luego pasa al hueco: "La FIFA ha llegado a decir que los errores arbitrales son parte del juego. Eso me parece de una enorme inteligencia. Claro, hoy se pueden utilizar tecnologías para coadyuvar la labor arbitral, pero siempre existe la posibilidad de la duda. Recordemos aquel Mundial de Inglaterra: ¿cuántas veces se ha repetido aquel gol que se dio por bueno? Mucha gente dice que sí entro y mucha gente dice que no. Pero bueno, a final de cuentas, así es el juego".

-¿Y en la cancha política?
-En el caso de los procesos electorales, en México hemos entendido que, además de las reglas, se requiere un árbitro, y creo que se ha generado un arbitraje bastante completo, pero existe la posibilidad de que quien pierda, le eche la culpa o a las reglas o al árbitro o a sus adversarios.

Cambió de juego. Desdoble por la otra banda, tres cuartos de cancha. Los hinchas, la tribuna, Elías Canetti, la expresión de las masas.
-
¿Es acaso el estadio un parlamento del juego? Tapón en la media luna:
"La tribuna no es un parlamento en el siguiente sentido. Se supone que en el parlamento uno va a intercambiar puntos de vista. Si algo tiene la tribuna es que no escucha, sobre todo las porras, que quizás expresan sentimientos, pero no dialogan. Los estadios se parecen más a los mítines, a las marchas y muy poco a los parlamentos".

El versátil creativo asegura que a Canetti le hubiera gustado ir a ver más partidos de futbol. Su brillante inteligencia hubiera tenido más argumente para analizar el fenómeno de las masas.

-El país con su verdadero rostro...
"Yo diría que es uno de los rostros de un país, no exactamente 'el rostro'. Y a veces podemos ver un rostro que aterra, que da miedo, que inhibe; porque ya lo sabemos: la masa congregada no actúa como la suma de individuos sino como otra cosa muy poderosa (según Canneti). No es casual que ahora en los estadios -cuando hay partidos muy importantes- haya un despliegue policiaco tan grande por temor a la reacción de una masa enfurecida. Lo que pasa es que mucha gente coloca su identidad en el futbol. Siente que ahí se juega algo más que un partido, que se trata de algo más que un encuentro deportivo y que lo puede vivir como si se tratara de una confrontación bélica. Incluso hasta el lenguaje que se usa para descalificar al enemigo es muy propio de las actividades guerreras.

-¿Cuál sería la formación ideal, en términos políticos, para un equipo?
"Yo creo que a partir del 4-2-4, lo que hemos vivido desde que Brasil lo inauguró a finales de los sesenta, son modificaciones sobre el mismo esquema.
Pero creo que todo esto ya no depende de la formación como tal, sino de la puesta en práctica de esa formación. Es decir: ¿cómo a partir de una formación inicial se mueven los jugadores? Creo que ahí está la clave.
Final del juego.

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