A Jorge Luis Borges le encantaba repetir que cuando leemos un poema bello nos da la impresión de que pudimos escribirlo nosotros. Con Miguelito, un personaje consentido de Quino, sucede algo más perturbador: nos da la impresión de que de alguna manera es "nosotros", algo de nosotros; el ego que nos avergüenza sacar con desparpajo.
Amo de una sobrada autoestima, sin perder un ápice de ternura, Miguelito suele creer que hay dos elementos que importan en esta vida: él y el universo. Tirado a lo argentino, transforma la pedantería en ocurrencias llenas de gracia; de encanto. La maestra pasa lista, pregunta por apellidos. Cuando le toca a Pitti, Miguelito se levanta y aplaude ante todo el salón de clase. Otro día, tajante, asegura: "Nunca falta alguien que sobra".
Hay algo de inaguantable en Mafalda, su intelectualidad atormentada: hasta la geometría está sujeta a las ideologías. En Miguelito, en cambio, todo sucede con soberana naturalidad. Inconforme con la cigüeña, exclama a los cuatro vientos: "¡¡Yo quería llamarme Batman!! ¡¡Y además ser suizo, para comer chocolate todo el día!!" La sinceridad como una de las bellas artes.
A Felipe, futuro miembro de la social democracia, las debilidades le pesan más que sus fortalezas; para Manolito la plusvalía es vital líquido, y Susanita sucumbe ante la posibilidad de aparecer en la edición bonaerense del Hola. Miguelito, en cambio, es un presente continuo, nada le es ajeno porque se pertenece a sí mismo: "Para qué quiero ser grande cuando sea grande; quiero ser grande ahora".
La soledad es la compañía perfecta para la autoconciencia. El niño que busca puentes deambula por el parque y pregunta a un ejército interminable de hormigas: "¿Alguno de ustedes se llama Miguelito?". Ante el silencio ingrato, piensa: "Estos bichos deben usar unos nombres espantosos".
Lo más genuino de este futuro artista es su honestidad inquebrantable: "Está bien que al mal tiempo buena cara, pero ¿hasta cuándo hay que andar fingiendo esta condenada alegría?".
Al paso de los años, Miguelito sigue tan fresco que nos da la impresión que pudo ser un personaje de Borges escrito por nosotros.