Fuera de la Caja

No hay cómo

No se ve cómo la economía mexicana pueda tomar fuerza, porque los empresarios no tienen confianza y las personas no tienen dinero.

Como usted sabe, porque ya lo hemos platicado, la información económica reciente me parece muy confusa. En parte se debe a los desajustes originados por la pandemia y el confinamiento, que no sólo alteraron las series económicas de una forma que los ajustes tradicionales no pueden corregir, sino que además sí tuvieron un impacto real: cadenas de suministro rotas, negocios que desaparecieron, cambios en las decisiones de las personas, muchos fenómenos simultáneos que no han desaparecido por completo y que no corresponden a la forma en que estaba funcionando la economía antes de eso.

Esta dificultad que le comento no es un asunto de quienes nos dedicamos a revisar estadísticas, sino que afecta a quienes toman decisiones en la producción. El día de ayer, por ejemplo, INEGI publicó la información de las encuestas que se realizan al sector productivo acerca de sus expectativas y su confianza en la economía. Los resultados son, por lo menos, curiosos.

En las expectativas empresariales, para las cuatro actividades que se encuestan (manufacturas, construcción, comercio y servicios no financieros), hay gran optimismo: muy elevado crecimiento en los servicios no financieros, un poco menor en manufacturas, y pequeño, pero positivo, en construcción y comercio.

Sin embargo, en los indicadores de confianza hay una caída generalizada, que se suma a una tendencia de varios meses en todos ellos. Desde primavera prácticamente no hay un avance en la confianza de los empresarios, por el contrario, hay una caída considerable. En la pregunta más importante de la encuesta, si los empresarios consideran que es un momento adecuado para invertir, ocurre lo mismo: una caída continua. Menos marcada que en la confianza porque lo de invertir hace ya cuatro años que viene cayendo, pero no mejora.

Si quienes toman decisiones acerca de la producción no tienen confianza en el futuro, al extremo de no considerar invertir, es difícil que pueda uno esperar un comportamiento positivo de la economía. Por eso, aunque las cifras del PIB parezcan buenas, no estoy convencido de que debamos modificar los pronósticos todavía. En la industria, sólo las manufacturas crecen, y eso gracias a las exportaciones. En octubre, éstas no crecieron en comparación con el trimestre previo, y si se compara con el mes anterior, septiembre, hubo una contracción. Considerando que durante noviembre la actividad de las manufacturas en Estados Unidos parece haberse contraído (eso dice el indicador adelantado publicado ayer), entonces cabe esperar una contracción en la industria mexicana para este último trimestre del año.

En los servicios, una parte ha estado respondiendo a esa actividad manufacturera (comercio al mayoreo, transporte) y otra, a la reactivación del turismo. También ha crecido el comercio al menudeo, y los llamados “otros servicios” que incluyen todo tipo de talleres, refaccionarias y servicios que responden más a la necesidad que a otra cosa. De hecho, nuevamente nos ocurre lo del inicio del sexenio: el crecimiento responde al resto del mundo, pero la demanda interna se deprime. El consumo crece en la parte que corresponde a bienes importados; la inversión, en maquinaria y equipo que viene de otros países.

No se ve forma de que la economía mexicana pueda tomar fuerza, porque los empresarios no tienen confianza, y las personas no tienen dinero. A pesar de los grandes (excesivos) incrementos al salario mínimo, en este gobierno el salario real promedio que reporta el IMSS ha crecido menos que en el sexenio de Vicente Fox, cuando la formalización permitió casi acabar con quienes recibían menos de un salario mínimo. Ahora, el problema es el opuesto: como este salario sube, los demás no pueden hacerlo, y se ha compactado tanto la nómina, que el consumo no puede crecer. Y en lugar de corregir, se dobla la apuesta. No hay cómo ser optimista.

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