El fiscal de hierro

Adiós a una de las más grandes vergüenzas del sistema de procuración de justicia

La caída de Alejandro Gertz Manero es un recordatorio de cuánto se puede degradar una institución cuando se coloca al frente a alguien incompetente y dispuesto a usar el poder como arma.

El ahora exfiscal general de la República fue “renunciado” de su puesto como fiscal general de la República. Y la verdadera pregunta no es por qué se fue, sino por qué se tardaron tanto en hacer que se fuera.

El exfiscal nunca estuvo capacitado para dirigir la institución. Y no porque lo diga yo, sino porque él mismo se evidenció como un personaje profundamente ignorante de la materia penal, incapaz de comprender las más mínimas disposiciones y fundamentos del proceso acusatorio y completamente ajeno a la técnica jurídica que exige ese encargo, no sabemos si por su edad o por su falta de preparación.

Alejandro Gertz Manero era abogado, sí, pero con un perfil más administrativo que técnico; jamás entendió el litigio, razón por la cual terminó haciendo el ridículo.

¿Cómo olvidar aquella grabación en la que, con un nivel de desconocimiento vergonzoso, hizo el ridículo frente a sus propios colaboradores, preguntando conceptos que cualquier abogado conoce, demostrando que no le pasaba ni remotamente por la cabeza cómo opera el proceso penal? Esa es prueba irrefutable de lo que siempre fue: el más grande improvisado con poder.

Pero su incompetencia no fue lo peor. Lo verdaderamente grave fue la absoluta perversión con la que manejó el poder que ejerció desde la Fiscalía General de la República, pues fue un funcionario abusivo, vengativo, desconsiderado y profundamente autoritario. Convirtió la institución en un instrumento personal para perseguir, intimidar y destruir a quienes le incomodaban.

Utilizó el aparato del Estado como si se tratara de su despacho privado, manipulando indagatorias, presionando fiscales, filtrando información y fabricando narrativas. Y lo más repulsivo de su personalidad es que fue un traidor: traicionó a quienes lo apoyaron, a quienes le abrieron la puerta, a quienes lo acompañaron en su trayectoria profesional.

Debemos recordar que, cuando fue designado y apoyado por diversos senadores y abogados particulares (algunos incluso amigos personales), ya con la investidura de fiscal general de la República, comenzó a perseguirlos.

A pesar de haber sido abogado particular durante tantos años, no tuvo empacho en traicionar a quienes le tendieron la mano y, sobre todo, a aquellos que comparten su profesión.

Se olvidó de perseguir a los narcotraficantes, secuestradores, a los “huachicoleros”, a los violadores, a los homicidas, a tantos delincuentes, que por seis años quedaron impunes; en cambio, se dedicó a perseguir abogados.

Se instauraron procedimientos penales a modo, se iniciaron indagatorias sin sustento y se usó la institución del Ministerio Público para perseguir adversarios políticos.

Sin embargo, debemos recordar que, quieran o no quieran reconocerlo, a él lo puso Julio Scherer Ibarra. Él fue quien lo impulsó, quien lo hizo ver bien frente al presidente. Y, como acostumbra hacer, Alejandro Gertz Manero le pagó con la moneda que mejor conoce: la traición. Primero, fueron aliados dentro del poder y, luego, el mismo Alejandro Gertz Manero persiguió a Julio Scherer Ibarra, del mismo modo en que persiguió a todo aquel que alguna vez confió en él.

Su historial de traiciones no termina ahí.

El personaje político actual más cercano a la protección de la seguridad pública y a la procuración de justicia, Omar García Harfuch, también padeció el veneno de Alejandro Gertz Manero. Fue él quien lo echó, quien lo corrió de la Fiscalía General de la República, incapaz de tolerar a alguien competente, profesional y respetado.

Vale la pena insistir: “corrupto” no es solo aquel que da o recibe dinero; corrupto es también quien acepta desempeñar un cargo a sabiendas de que no tiene la capacidad, la preparación y, fundamentalmente, la ética para ejercerlo. Alejandro Gertz Manero es la personificación misma de esa forma de corrupción, la del funcionario que se aferra al puesto aun conociendo su profunda incompetencia.

Fue este un hombre que, por soberbia y ambición, se hizo “responsable” de un encargo que exigía un perfil completamente opuesto al suyo. Pero también es un corrupto moral: traicionó a sus amigos, a sus aliados, a quienes lo impulsaron y, finalmente, traicionó al país.

Su salida no corrige el daño, pero sí abre una ventana y da un respiro que nos permite recuperar un poco de esperanza.

Durante su gestión, solo hubo abuso, simulación e impunidad selectiva. La esperanza será que las cosas se vean diferentes tan pronto como sea posible. Y si algo retrata con exactitud el desastre que dejó, es la imagen de su despedida: un fiscal general al que su propia presidenta no le tiene confianza. Y no podemos culparla; cualquiera con dos dedos de frente entiende que Alejandro Gertz Manero es exactamente el tipo de persona a la que jamás se le debe tener confianza.

La caída de Alejandro Gertz Manero es un recordatorio de cuánto se puede degradar una institución cuando se coloca al frente a alguien incompetente y dispuesto a usar el poder como arma. Si algo debe aprenderse de este episodio es que México no puede permitirse otra Fiscalía General de la República sometida, vengativa, ignorante de la ley y convertida en instrumento de persecución.

Y me permito manifestar dos cosas:

Primero, para el doctor Alejandro Gertz Manero, solo expresarle que es una vergüenza haberle llamado alguna vez “amigo”. Traicionó a nuestra generación después de haber tenido la oportunidad de cambiar el rumbo del país. Gracias por nada. Y celebro que esté fuera de nuestro más alto órgano de procuración de justicia.

Y, a la nueva fiscal general de la República, la licenciada Ernestina Godoy Ramos, le digo: le ruego que vea los errores y abusos de su antecesor y ponga orden a la brevedad. En sus manos está el aparato de justicia más importante y poderoso de nuestro país.

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