La digitalización de los servicios financieros ha transformado la manera en que interactuamos con nuestro dinero: desde transferencias en segundos hasta el uso de wallets digitales. Hoy es posible resolver casi cualquier necesidad bancaria desde un teléfono móvil. Sin embargo, este avance también trajo consigo un nuevo tipo de amenaza: el fraude financiero impulsado por tecnologías cada vez más sofisticadas.
De acuerdo con el estudio “Intelligent banking in the age of AI” de NTT DATA, 96% de los bancos a nivel mundial ya están implementando estrategias de Inteligencia Artificial Generativa (GenAI) en alguna fase, y 71% aumentaron sus presupuestos de TI en este rubro con un crecimiento promedio del 11%. Una de las prioridades centrales de estas inversiones es la prevención del fraude financiero, un reto que dejó de ser aislado y pasó a convertirse en un riesgo transversal que afecta a toda la organización.
Los ciberataques tradicionales dieron paso a operaciones automatizadas y masivas. Hoy utilizan bots para probar credenciales robadas, herramientas de phishing potenciadas por IA generativa y técnicas de ingeniería social hiperrealistas que logran engañar incluso a usuarios experimentados.
A esto se suma la expansión de los canales móviles, APIs y plataformas de terceros, que multiplican los puntos vulnerables: desde el robo de identidad en procesos de onboarding digital hasta la manipulación de datos biométricos o la explotación de fallos en integraciones tecnológicas.
Este panorama obliga a las instituciones financieras a actuar con rapidez, pues los atacantes están adoptando nuevas tecnologías con mayor agilidads. Es una paradoja, porque las mismas tecnologías que potencian el fraude también ofrecen las mejores armas para combatirlo. Inteligencia Artificial, biometría, blockchain, por mencionar algunas.
Si bien es un gran desafío, la clave está en superar barreras internas como la calidad de los datos, la resistencia al cambio o la falta de talento especializado, que limitan la adopción masiva de estas soluciones. E implementar cyberfraud fusión, una nueva tendencia integrado por un equipo especializado tanto en ciberseguridad como en fraude.
De esta forma el beneficio es doble. La ciberseguridad aporta capacidad de detección temprana y antifraude contribuye con análisis de comportamiento transaccional. Esta sinergia mejora la configuración de defensas y acelera la respuesta ante incidentes. Y para garantizar seguridad sin sacrificar la experiencia del cliente, se están empleando tecnologías como la autenticación biométrica, el análisis de comportamiento o los sistemas de riesgo adaptativo.
Así, el gran desafío de los próximos años será mantener el ritmo frente a atacantes que ya integran tecnologías emergentes para perfeccionar sus métodos: desde imitar voces y explotar vulnerabilidades en chatbots hasta lanzar ataques más frecuentes y sofisticados.
Ante este panorama, la tecnología es indispensable, pero no suficiente. La interpretación ética de riesgos, la toma de decisiones en contextos complejos y la construcción de confianza siguen siendo diferenciales exclusivamente humanos, capaces de marcar la diferencia en momentos críticos.
En definitiva, en un entorno donde la confianza es el principal activo, la inversión en privacidad y seguridad digital deja de ser opcional y se convierte en un requisito estratégico para sostener la relación entre instituciones financieras y sus clientes. La banca del futuro será, inevitablemente, tan fuerte como lo sea su ciberseguridad.
